ESTEBAN VALENTINO
(Castelar, Buenos Aires, 1956)
POBRECHICO
Para Adrián
Conozco a Pobrechico desde que nació.
Al principio no podía ni tocarlo. Mi mamá me había dicho que había que tener
mucho cuidado porque esto y porque lo otro. Yo no entendía ni medio lo que me
decía mi mamá y quería tocarlo. Ni siquiera me dejaban acercarme a verlo. Yo me
enojaba mucho porque había guardado algunas cosas para él y como me dijeron que
iba a tener que esperar un poco para dárselas ahora había que encontrarles un
lugar para que no se perdieran, al menos hasta que Pobrechico dejara la pieza esa
toda oscura. Pero ¿dónde se pueden guardar un caracol y seis bichos
bolita? Ahora, la verdad, ¿qué mal le podían hacer un caracol y seis
bichos bolita? Ninguno. Caminarle por arriba un poquito. Y eso si no se los
toca, porque en cuanto uno les muestra el dedo los caracoles se meten para
adentro y los bichos bolita se enroscan y ya no se les ven más las patas. Está
bien que se iban a traer un poco de sol del jardín y mamá no quiere saber nada
con sacarlo afuera. Ni que le prenda la lámpara me deja la abuela.
Qué manía ésa de la luz. Como si algo tan lindo pudiera
lastimar a alguien. Yo miro a cada rato el velador de mi pieza. Cierro un poco
los ojos para que un solo rayo se me venga a la cabeza y entonces pienso que
esoy cargando mis superpoderes. Después voy al patio y me tiro de la higuera y
a veces me lastino el pie pero la culpa es de la higuera no del velador. Yo a
Pobrechico le prohibiría que subiera a la higuera, que sí es peligrosa y más
para él que no la conoce y en una de ésas se cree que todas las ramas pueden
sostenerlo. A menos que yo esté con él para poder decirle dónde poner el pie y
dónde no. Pero le abriría la ventana porque el sol es bueno, no como la higuera
que a veces lastima los pies.
Con mi mamá no puedo hablar de estas
cosas porque está la mayor parte del día encerrada en la pieza oscura con
Pobrechico y mi papá apenas llega también se mete allí y yo me tengo que quedar
aufera con mi aubela que se la pasa respirando fuerte. Yo entonces me acerco y
le tiro de la pollera para que me escuche.
—Abu ¿y si vamos cuando papá no está
y mamá duerme y le abrimos la ventana y lo llevamos al patio y yo le enseño a subir a la higuera?
Pero la abuela me revuelve el pelo
que después va a ser un lío peinarme y no me dice nada. Como no quiero que siga
me voy a jugar con el camión nuevo para cargar al caracol y los bichos bolita
así los saco un poco del frasco con agujeros donde los metí porque estar todo
el día dentro de un frasco debe ser aburrido y en el camión no tanto porque al
menos pasean y se distraen. Se nota que les gusta. Cuando los vuelvo a meter en
el frasco pareciera que les da rabia.
Ahora, lo que me da más bronca son
las visitas. La señora de enfrente, por ejemplo, que cada vez que viene no hace
más que nombrarlo a Pobrechico y mirarla raro a mi mamá. Se aparece todos los
días y meta tomar mate con mi abuela y mirar raro para la puerta de la pieza
oscura.
O mi tío Eduardo que antes siempre
jugaba conmigo a la pelota y que ahora apenas si me tira unos tiritos al arco
tan despacito que me los atajo a todos sin problemas y cuando le protesto me
dice que lo que pasa es que si patea fuerte hace mucho ruido y se puede
despertar Pobrechico. Yo entonces me voy a la higuera y mi tío Eduardo se mete
en casa respirando fuerte. Una vez le pedí a mi mamá que lo sacáramos al patio
para que me viera atajar los pelotazos del tío Eduardo pero mi mamá me miró
raro también, como la vecina de enfrente cuando la mira a ella. ¿Será que el
viento le hace peor que el sol y yo como no entiendo digo cosas así, peligrosas?
Yo no sé, pero cuando sea grande voy a inventar paredes que dejen pasar la
parte sana del viento y todo el sol, así Pobrechico puede salir al patio sin
que mi mamá me mire como la vecina de enfrente.
Todo siguió más o menos igual. Mi
mamá y mi papá encerrados, mi tío sin patearme y mi abuela dale que dale a la respiración. Hasta que fui al almacén y llegué
justo que estaban hablando de él. Me di cuenta cuando lo nombraron. La
almacenera le decía a una señora gorda que con la cola me tapaba todo que
Pobrechico haber nacido así y la señora gorda que me tapaba decía que pobre la
familia y yo que estaba apurado con mi botella de agua mineral y mis cien
gramos de queso de máquina supe que me necesitaba y era como si me llamara.
Dejé la bolsa y salí corriendo porque el agua mineral y el queso podían esperar
pero él no. La abu estaba en la cocina, mi papá todavía no había llegado y mi
mamá cambiaba de lugar los adornos del comedor. Vía libre. Abrí de a poquito
la puerta de su pieza, entré sin hacer ruido y me acerqué lo más despacio que
pude hasta el moisés. Me acostumbré en seguida a la oscuridad y al fin lo pude
ver. Estaba despierto, mirándome, y me sonrió y yo no me pude aguantar más. Fui
corriendo hasta la ventana, la abrí entera y volví para verlo bien. Ahora
cerraba los ojos porque claro el sol con tan poca costumbre que tenía le
molestaba. Para que no se pusiera a llorar lo levanté y me senté con él en el
piso. Estuvimos allí lo más panchos y Pobrechico recontento y yo estaba tan
distraído que no me di cuenta de que mamá y papá me miraban desde la puerta y
di vuelta la cabeza para ver la ventana abierta y menos mal que el caracol y
los bichos bolita ya se había metido en el moisés pero al sol no había cómo
esconderlo dando vueltas por toda la pieza y mamá y papá miraban con cara de
tontos lo lindo que estaba Pobrechico y ellos pobres no se habían dado cuenta
con la ventana cerrada y el sol afuera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario